Los videojuegos tienen el potencial de apoyar el desarrollo cognitivo, pero su uso excesivo puede presentar riesgos. Es fundamental mantener un equilibrio para aprovechar al máximo sus beneficios. Este contexto genera una pregunta frecuente entre padres, educadores y psicólogos: ¿realmente los videojuegos son aliados en el desarrollo cognitivo de nuestros hijos o se han convertido en obstáculos que afectan su capacidad de aprendizaje?
Según Anjannette Gavarrete, máster en psicología, la respuesta varía según el tipo de juego, el tiempo de juego y el entorno en el que se utiliza. “Algunos videojuegos pueden potenciar habilidades como la atención, la memoria, la resolución de problemas y la coordinación visomotora”, afirma Gavarrete. Los juegos de estrategia y rol, por ejemplo, estimulan el pensamiento crítico, la planificación y la toma de decisiones rápidas, cualidades valiosas tanto en el ámbito académico como profesional.
Los jugadores que enfrentan desafíos en juegos de lógica ejercitan su mente al buscar patrones, formular hipótesis y encontrar soluciones en un entorno controlado. No obstante, este hábito puede volverse perjudicial si se convierte en una obsesión. Los videojuegos pueden contribuir al desarrollo de habilidades sociales y emocionales, pero no reemplazan la riqueza de las interacciones cara a cara que se encuentran en actividades tradicionales como los deportes o el trabajo en equipo, subraya la experta.
El uso excesivo de videojuegos o la exposición a contenidos inapropiados puede tener efectos adversos. “Sin una supervisión constante de los padres, los niños y adolescentes pueden enfrentar problemas académicos”, advierte Gavarrete. La mente joven, sobreestimulada, puede quedar atrapada en un ciclo de dependencia que afecta su rendimiento escolar y su capacidad para distinguir entre la realidad y la ficción. Por lo tanto, es esencial que los padres estén involucrados y alineados con los objetivos educativos de sus hijos.