
A falta de lluvias sin precedentes anunciadas para este año, la ausencia de políticas hidrográficas y las malas prácticas de cultivos ponen en peligro los medios de subsistencia de por lo menos 1.3 millones de hondureños que viven en el llamado Corredor Seco.
Se trata de una zona geográfica de 12 departamentos y 137 municipios del oriente, sur y occidente del país donde la crisis del agua se tiñe de hambre, migración y desolación por la degradación ambiental irreversible de los últimos 60 años. recorrió los primeros pueblos de este corredor cercanos a la capital, constatando la preocupación de sus pobladores ante los presagios de las pocas lluvias por el fenómeno El Niño, como avisan los expertos oficiales.
En las primeras comunidades de Sabanagrande, las huellas de la sequía aparecen desde ya en quebradas, ríos y reservorios secos, escasez de pastos para los pequeños hatos ganaderos y la carestía de los alimentos básicos para las miles de familias al lado del camino.
Más adentro, aparece Nueva Armenia con sus laderas desérticas, donde no germina nada en verano, y de aquí el camino sigue a las aldeas de Texiguat y Soledad, que hace honor a su nombre, en el departamento de El Paraíso. Viendo hasta donde alcanza la vista, asoman caseríos lejanos entre pequeñas montañas, el espejismo del sol y un cielo altísimo completamente blanco.
Comunidades desoladas acompañan una carretera de tierra sin fin, que más adelante se convierte en varios caminos zigzagueantes por donde se pierde hasta las ganas de seguir avanzando y provoca, al mismo tiempo, unos grandes deseos de regresarse.
El resto del Corredor Seco lo continuamos en los mapas de los informes oficiales, donde se dibuja una ruta hacia el sur del país, bajando a los municipios de Choluteca, como Morolica, o Caridad en Valle; San Antonio del Norte y Santa Elena en La Paz, hasta llegar a los pueblos enclavados en las altas cordilleras de Lempira.
Los reportes oficiales indican que cuando la sequía golpea estas comunidades con rudeza, las familias se ven obligadas a tomar decisiones dramáticas como comer menos, saltarse comidas y, en casos extremos, alimentarse con hojas o frutos silvestres para sobrevivir. En el peor de los casos, los padres sacan a los niños de la escuela para trabajar o casan a las niñas temprano.
Por supuesto, que este corto recorrido fue imposible comprobar este último extremo, pero sí el panomara general de pobreza con niños denustridos corriendo a esconderse cuando miran una cámara fotográfica o cuando no es así, se muestran tímidos, callados, sin alegría, mirando fijamente, inmóviles con los ojos bien pelados, a las visitas extrañas.
Varías sequías consecutivas en los últimos cinco años, dicen los entrevistados, se juntaron con la pandemia de COVID-19 provocando de inmediato un corte en la cadena de suministros. Sin dinero para cultivar sus parcelas muchos intentaron, sin éxito, buscar oportunidades en las grandes ciudades, donde la situación del empleo y el alto costo de la vida es peor.