Nadie está preparado para aceptar que su familiar, su pareja, o su amigo es un adicto. En consecuencia, es muy difícil que conozcamos la manera más asertiva de ayudar. Es más, es posible que antes de aportar, empeoremos la situación frustrándonos, alarmándonos o peor aún, castigando a la persona y regañándola por cometer un gran error que no entendemos. El regaño nunca es una solución.
Y es que en principio, hay que comprender de qué se trata una adicción. Quien la padece no consume sustancias, como drogas o alcohol, por gusto y placer. Quien adopta patrones de conducta riesgosos para su salud, no está capacitado para dejar de hacerlo simplemente porque alguien le llamó la atención. Según Rubén Megía González, coordinador del área de formación de Genotipia, las personas afectadas son incapaces de controlar ciertos comportamientos relacionados con su adicción, lo que dificulta explicar por qué recurren al consumo de drogas o alcohol o al comportamiento en cuestión.
Para reconocer una adicción hay que observar la falta de control sobre el consumo de la sustancia o actividad y la necesidad de hacerlo cada vez más frecuentemente. La persona suele cambiar su comportamiento, su estado de ánimo y, por supuesto, pueden verse cambios en su salud y aún así, no puede dejar de consumir, aún queriendo hacerlo.
Cuando una de estas acciones influye en el estilo de vida de la persona, si deja de cumplir con sus responsabilidades, o descuida sus hábitos cotidianos, el cuidado de sus hijos, o de cumplir con su trabajo, hay que aceptarlo. Estamos frente a un caso de adicción.
De esta manera, las adicciones pueden tener un impacto negativo profundo no solo en quienes las padecen sino también en su entorno. Pueden ver mermada su salud física, y pueden ser el punto de partida para enfermedades graves como cáncer, cirrosis, enfermedades cardiacas, accidentes, deficiencias en el ámbito sexual. Además pueden desencadenar tanto depresión como ansiedad, y cambios en la personalidad.Continuar